
Siendo emperador Marco Aurelio
Antonino, hubo en Roma una santa matrona, llamada Felicitas, noble en linaje y más
ilustre en piedad, que tenía siete hijos, todos cristianos y criados en la fe
católica y con santas y loables costumbres. Había hecho, esta santa viuda, voto
de castidad y ejercitábase en oraciones, ayunos y obras de piedad, y con su
vida movía a muchos de los gentiles, para que se hiciesen cristianos, y a los
cristianos para que viviesen loablemente, conforme la religión que profesaban.
Los sacerdotes de los ídolos
concibieron por esta causa gran saña contra santa Felicitas y contra sus hijos,
y procura con el emperador que los mandase prender y obligarlos a adorar a los
dioses, fingiendo que estaban muy enojados y que no se aplacarían, sino con
este sacrificio.
Santa Felicitas con sus siete
hijos fue presa y su causa se remitió a Público, prefecto de la ciudad, el
cual, llamando aparte a la madre, con blandas palabras, le rogó que sacrificase
a los ídolos y que no le obligase a usar de rigor con ella y con sus hijos.
Respondió Felicitas: “no pienses,
que con tus suaves palabras me podrás ablandar ni espantar con tus amenazas;
porque tengo en mi favor al espíritu del Señor, que no permitirá que yo sea vencida
del demonio; antes estoy muy cierta que, a ti, que eres ministro suyo, viva y
muerta, lo venceré.”
A esto respondió Publico: “¡Desventurada
de ti! ¿Es posible, que tengas tan aborrecida la vida, y que ya no temas la muerte;
y que no procures que tus hijos vivan y no mueran a mis manos?”
“Mis hijos,” dijo Felicitas, “sacrificando
a los dioses, morirán muerte eterna; y reconociendo y adorando a Jesucristo,
vivirán para siempre.”
Al día siguiente, atando el juez
en la plaza del templo de Marte, mando que fuese traído a juicio felicitas con
sus hijos y díjole: “Ten, Felicitas, piedad de tus hijos que están ahora en su
juventud y tienen para ser estimados y valer mucho. Respondió Felicitas: “tu
piedad es impiedad y tu consejo cruel y engañoso.” Y volviéndose a sus hijos,
les dijo: “mirad, hijos míos, al cielo, en donde os está Cristo esperando con
todos sus santos, pelead valerosamente por vuestras almas y mostraos fieles y
constantes en el amor de Jesucristo.”
El juez, oyendo estas palabras,
se embraveció y le mandó dar muchas
bofetadas en el rostro, pareciéndole gran atrevimiento, que diese tales
consejos a sus hijos, e hizo traer delante de sí al mayor de ellos, llamado
Januario, y usando todo su artificio y mezclando grandes promesas con amenazas
y halagos con espantos, le persuadía que
adorase a los dioses; más el santo mozo, con gran constancia y resolución le
respondió: “tú me aconsejas una cosa loca y fuera de razón, y espero en mi Señor
Jesucristo , que me librará de tal
desatino y de tal locura.” Mandóle el juez desnudar y azotar crudamente y
llevarle á la cárcel.
Luego llamó uno a uno, a los
siete hermanos, procurando con todas sus fuerzas pervertirlos y engañarlos, y
atraerlos a que adorasen a los dioses y obedeciesen al mandato del emperador;
pero como le salieron en vano todas sus artes y mafias, y, alegres, los santos
hermanos, aunque con diferentes palabras, le diesen la misma respuesta y;
después de haberlos mandado azotar cruelmente y echar en la cárcel, dio aviso
al emperador, de lo que pasaba.
El emperador mandó que con diferentes
géneros de muertes les quitase la vida, y ejecutándose este impío mandato,
Januario que era el primero, siendo azotado gravísimamente y quebrantado con plomadas,
dio su espíritu al Señor: Félix y Felipe, fueron molidos a palos. Silvano murió
despeñado: Alejandro, Vidal y Marcial, fueron descabezados. Su madre santa Felicitas,
al cabo de cuatro meses, también fue martirizada-.
De ella dice san Gregorio en una homilía
estas palabras: «La bienaventurada santa Felicitas, creyendo, fue sierva de Cristo , y predicándolo, madre de
Cristo, porque teniendo ella siete hijos, de tal manera temió dejarlos vivos en
el mundo, como los otros padres carnales suelen temer que no se les mueran; porque
hallándose en la persecución, esforzó los corazones de sus hijos con sus
palabras en el amor de la patria celestial y parió en el espíritu, a los que había
parido en la carne, y dio a Dios con su exhortación a los que con la carne había
dado al mundo. No me parece, que habernos de llamar a esta mujer mártir, sino más
que mártir; pues habiendo enviado delante de sí, siete hijos y llegado con ellos
al cielo, a la postre vino después de ellos a recibir la corona del martirio
que se debía por sí y por ellos.”
Amó santa Felicitas a sus hijos
según la carne, más por el amor de la eterna y en la bienaventuranza, quiso que
muriesen, los que amaba.».
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