San Francisco Solano, nació en la ciudad de Montilla, España, de familia no menos esclarecida por su nobleza que por su piedad.
Desde niño dio muestras de aquellas virtudes que habían de florecer más tarde en el hombre y se asegura que conservó intacta hasta su muerte la inocencia bautismal. Llegado a la adolescencia pidió y obtuvo ser admitido en la Orden del Seráfico Padre San Francisco, donde se distinguió por su humildad y por el rigor de sus austeridades.
Solicitó a los superiores ser
enviado a las misiones del África donde deseaba extender el reino de Cristo y
derramar por él su sangre. Pero Dios que le tenía destinado a otras conquistas,
le deparó las misiones del nuevo mundo. Fue en “el Tucumán” (así se le llamaba,
durante la colonia a una vasta zona del centro y norte de Argentina y parte del
sur de Bolivia, sirviendo como nexo entre Potosí y Buenos Aires) el primer
campo de sus tareas apostólicas.
Es, en lo que hoy se llama
provincia de Tucumán, en una ciudad al norte de la misma, llamada Trancas, en donde se obró un gran
milagro de San francisco Solano, que perdura hasta la actualidad.
Estando el santo, en la zona especificada,
en ese momento de su apostolado en América, en que la región sufría una sequía
severa que estaba devastando los cultivos y la vida animal. Los naturales de la
zona, desesperados, acudieron a San Francisco en busca de ayuda. Según la
historia, el santo respondió en el idioma de los nativos y golpeó el suelo con
su bastón mientras rezaba a Dios. De repente, brotó agua cristalina de la
tierra y se formó un pequeño lago donde comenzaron a saltar peces. Este milagro
fue una verdadera muestra del poder Divino y dejó una profunda impresión en la
comunidad local.
El “Pozo de Pescado” es un
testimonio de la fe y el poder de Dios. Se conserva en el lugar, aquella
vertiente de agua, donde muchos creyentes aún pueden visitar y hasta la fecha,
se siguen obrando milagros.
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