
En el año 257, algunos cristianos encerrados en la cárcel de Mamertina de
Roma habían de padecer el martirio y deseaban antes, participar del Augusto
Sacramento, pero la vigilia de los guardias se extremaba de tal suerte que era
poco menos que imposible socorrerles con este auxilio Divino. Sin embargo, en
las catacumbas el pan consagrado estaba ya sobre el Ara Santa y el sacerdote,
volviéndose hacia el numeroso concurso de fieles, buscaba con sus miradas a
quien confiar empresa tan difícil como de gloria de Dios. Cuando he ahí que Tarsicio,
niño de apenas 10 años, se adelanta, dobla sus rodillas ante las gradas del
altar y extiende sus brazos para recibir la prenda divina.
“Hijo mío,” le dice el sacerdote hondamente conmovido: “eres demasiado niño.”
Más él no se mueve, antes persevera de rodillas aguardando la gracia
suspirada.
E insiste el ministro del señor: “no ves que eres tan niño y quieres eres
tú que te confíe el tesoro de los cielos?”.
“O sí, padre mío, antes bien, por verme tan pequeño, nadie sospechara de mí
y podré con seguridad llegarme a los mártires. Por Dios padre, no me neguéis
esta gracia.”
Al decir esto, su semblante se inflaba y dulces lágrimas surcaban sus
mejillas. Renueva Tarsicio con tanto fervor sus instancias que, vencido por fin
el sacerdote no pudo resistir más a sus ruegos. Tomando pues el Santísimo
sacramento lo envuelve con suma reverencia en un blanco lienzo, lo introduce en
una bolsa y lo entrega a Tarsicio diciendo:
“Hijo mío, no te olvides que pongo en tus manos el tesoro de los cielos. Evita,
por tanto, los lugares públicos y demasiado tumultuosos y advierte que las
cosas santas no han de entregarse a los perros ni las preciosas margaritas a
inmundos animales.”
Bañado de Gozo celestial, esconde Tarsicio el sagrado tesoro en su pecho,
lo cubre con su túnica y cruzando sobre él sus brazos, exclama:
“Moriré mil muertes antes que dejármelos arrebatar.”
Parte al instante de las catacumbas con su amado Jesús. Para llegar a la
cárcel, Mamertina le faltaba solo atravesar una plaza y pensaba cómo cruzarla,
sin llamar la atención, cuando una turba de muchachos le divisó y acercándose a
él le decía:
Tarsicio ven a completar el número jugando con nosotros, y cogiéndole uno
de ellos el brazo, lo empujaba hacia el Grupo.
“No puedo complacerte Petilio”, gritaba el niño. No puedo porque voy
corriendo a un encargo que me urge mucho.”
Pretendía Tarsicio escaparse, pero viendo que le tenían fuertemente asido,rogábales
con voz suplicante que le soltasen. Y no logrando quedar libre, sollozaba,
apretando más y más sus brazos sobre el pecho.
En esto dice el otro: “quieras o no quieras, jugarás hoy con nosotros más
antes. Veamos qué llevas en el pecho que escondes con tanto afán.” Y el punto
extendió la mano para arrebatarle el sagrado misterio.
“Oh no, eso no, jamás, jamás”, exclamaba el niño fijando los ojos en el
cielo en demanda de auxilio. “
Lo queremos ver, gritan todos a porfía. Hemos de saber qué secreto es ese
que ocultas.”
Y lanzándose sobre él, se asieron de sus brazos para separarse. Tarsicio,
empero, resiste energéticamente y durante la lucha, reuniéndose en torno un
gran número de curiosos. Entre los espectadores había un cruel enemigo de los
cristianos, quien, reconociendo a Tarcísio, vociferó con rabia diabólica;
“Ese niño es un Cristiano que lleva los misterios a los mártires.”
Al oír estas palabras, todos gritaron: “queremos ver los misterios,
queremos ver los misterios.”
Luego granizaron sobre el pobre Tarsicio puñadas golpes piedras. Maciel no
cedía la violencia de tan rudos embates copiosa sangre le sale de la boca. Todos
sus miembros estaban magullados, hasta que, falto de fuerzas, cae medio muerto
en tierra, conservando apretado contra su pecho el inestimable tesoro. Creíanse
ya vencedores aquellos malsanes, cuando se presenta casi de improviso un
Cristiano militar de fuerzas hercúleas llamado Cuadrato, el cual, emprendiendo
a unos y a otros, logra ahuyentarlos a todos, quedándose solo con el invicto
niño. Y arrodillándose, profundamente emocionado junto a la inocente víctima,
le habla de esta manera:
“¿Qué es esto, Tarsicio, padeces mucho? Ten buen ánimo.” Abriendo el niño los
ojos agonizantes sonrió y le dijo con voz casi imperceptible:
“Oh Cuadrado, aquí estoy. No. No me han podido arrebatar los Santos
misterios. En el pecho los llevo, salvadlos.”
El oficial levantó en peso al pequeño mártir y lo tomó con sus brazos como
quien lleva no solo un mártir, sino al mismo rey de los mártires. El niño
descansaba su cabeza sobre las robustas espaldas del militar y apretaba todavía
con sus manos el tesoro que se le había confiado. El camino de vuelta a las
catacumbas era largo, pero el Guerrero apresuraba el paso y al poco tiempo
llegó al pie del altar. Todos los fieles allí congregados rodearon el moribundo
héroe de la Eucaristía, El sacerdote no pudo contener las lágrimas al descubrir
intacto en el seno de Tarsicio el depósito confiado. Y mientras con dificultad
separaba a los rígidos brazos del Santo niño, dirigió a éste una dulce mirada
de satisfacción y expiró. La Santa Iglesia recuerda su tránsito el día 15 de
agosto. Sus reliquias fueron enterradas en el cementerio de Calixto. Y más
tarde se trasladaron a París en la casa de huérfanos de San Vicente de Paúl.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario