Cierta noche, durante el sueño, Isabel recibió una inspiración del Divino Espíritu Santo para edificar una iglesia en su honor. Mandó a unos arquitectos al lugar que le parecía más conveniente para estudiar la edificación. Ellos volvieron diciendo que los cimientos ya habían sido colocados y que se podía, por lo tanto, iniciar la construcción. Todos se sorprendieron con este hecho, pues hasta la víspera no había vestigio de esos cimientos. Teniendo en vista dejar constancia de tal prodigio para la posteridad, el Rey mandó levantar un acta de lo sucedido. Cuando la Reina acudió al lugar para ver el milagro, entró en éxtasis a la vista de muchos testigos.
Muy conocido es el milagro de las rosas. Isabel llevaba en un delantal dinero para socorrer a los pobres, cuando se encontró con su marido, el cual le preguntó qué guardaba. Isabel le respondió que eran rosas. Pero transcurría el invierno europeo en que toda la naturaleza parece muerta y, por lo tanto, no brotan las flores. Entonces el Rey quiso ver qué era lo que realmente llevaba en el delantal. La Reina lo abrió, y surgieron bellas y perfumadas rosas.
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