La quinta excelencia de Santa
María Magdalena fue haber sido terrible y formidable para Lucifer su virtud, y
aun su presencia: trátase de su invencible fortaleza.
Considera que, desde el principio
de su conversión, pero mucho más después, así como fue festiva para el Cielo su
mudanza y su virtud, así fue para el Infierno terrible y espantable. No es
decible cuánto celebraron los Ángeles en el Cielo la penitencia y la mudanza de
vida de Magdalena: lo que se regocijaron con sus grandes progresos en el camino
de la perfección, y lo que con ella se familiarizaron en el tiempo de su vida,
particularmente mientras que permaneció hasta su muerte en el desierto. A la
verdad, su vida, su amor a Dios, su contemplación, su íntima unión con el
Señor, y los señaladísimos favores que de Él continuamente recibía, la
sublimaron a tan alta perfección, que más parecía un Ángel en carne que mortal
y humana criatura; no se ocultaba a Lucifer lo precioso de este tesoro al mundo
desconocido por entonces; vio su portentosa y verdadera conversión, y rabioso
por lo que con ella había perdido se enfureció extraordinariamente, hasta
intentar el acabar con su vida si pudiese. Quiso retardar e impedir sus resoluciones,
y nada omitió su diabólica astucia por retraerla de su intento; armóle lazos,
opúsole mil escollos, y batió su corazón con las más recias sugestiones, pero
superior a todo el ferviente generoso espíritu de nuestra Santa, no solo le
venció completamente, mas también lo confundió con sus fervores de tal modo que
le era después intolerable su presencia. «Cuando se convirtió Magdalena (dijo
el Señor a Santa Brígida de Suecia) confusos los demonios exclamaron: “Gran
presa habernos perdido, ¿cómo la podremos reducir otra vez a nuestro poder y
esclavitud? Ella se lava con tantas lágrimas, que no tenemos valor para
mirarla. Ella se cubre con tantas y tan buenas obras, que no deja ver en sí la
menor mancha, y ella es tan encendida en el amor y servicio de Dios, y tan
activa y ferviente en el cuidado de su santificación, que nos debilita las
fuerzas, y no podemos ni nos atrevemos a estar cerca de ella”» (San Agustín, en
las Revelaciones de Santa Brígida, libro 4º, cap. CVIII, n. 2),
La sexta excelencia de Santa
María Magdalena es haber resucitado el Señor a Lázaro, su hermano, por sus
ruegos. Se propone su ferviente y devotísima oración.
Considera que, entre las más
señaladas excelencias con que engrandeció el Señor a su escogida y amada
Magdalena, una fue la de haber resucitado movido de sus ruegos a su difunto
hermano Lázaro: considera también su devota y continua oración, y cuánto
necesitas de esta virtud para poder salvarte.
Amaba mucho el Señor a estos tres
santos hermanos, y habiendo enfermado de muerte aquél, avisaron a Jesús y
suplicáronle que viniese a darle la salud. Retardó su Majestad el hacer lo que
entonces le pedían, para concederles después mucho más de lo que le rogaban,
como en efecto lo hizo dando la vida a Lázaro, de cuatro días difunto, fétido
ya, y en estado de corrupción su cuerpo. La Santa Iglesia vive persuadida que
por los ruegos de Magdalena, resucitó Cristo nuestro Señor a Lázaro, y deduciendo
de aquí lo mucho que valen en su divina presencia las súplicas de esta su
predilecta, no duda pedirle que se digne por ellas favorecerla. Así se nos
convence del gran dogma de la utilidad e importancia de los ruegos de los
Santos, y así se nos evidencia una de las más memorables excelencias de la
Santa Magdalena, y el gran mérito de su oración y de sus lágrimas para con el
Señor.
Considera ahora cuán necesaria te
es la oración, y sus circunstancias para no perder el fin último de tu
salvación, para lo que fuiste creado. Es la oración uno de los actos más
principales de la virtud santa de la religión; y de aquí es que tanto como esta
nos obliga y nos es para salvarnos necesaria, tanto lo es y nos precisa la
oración. La falta de oración puede apartarnos de Dios, privarnos de sus bienes
y precipitarnos en muchos males; porque hay ciertas gracias sobrenaturales que comúnmente
hablando no se nos dan sino por medio de la oración. Cuando tenga nuestra
oración, humildad, fe, esperanza, entonces nos podemos prometer su fruto, ya
que son las virtudes que deben acompañarla y las que principalmente se
requieren para que ella sea agradable a Dios, y a nosotros meritoria.
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