La primera excelencia de Santa
María Magdalena es haber sido la primera que buscó a nuestro Señor Jesucristo
para el remedio de su alma.
Fue la primera entre todos los
que oyeron y vieron a nuestro Señor Jesucristo que le buscó arrepentida de sus
culpas, y con el fin de que se las perdonase. Fue muy rara esta mudanza, y muy
notable, así por las circunstancias de la persona, que era de la mayor
distinción y de relajada conducta, como por haber sido la primera que con este
motivo buscó y se arrojó a los pies de nuestro Señor Jesucristo. Los demás le
habían buscado, y le buscaban por entonces, con solo el fin de que los sanase
en sus enfermedades corporales, les diese la vista, el habla, o el oído de que
carecían, o los remediase en alguna necesidad temporal en que se hallaban.
Fue esta conversión, una de las
más perfectas que se han visto y de que se hace mención en las Santas
Escrituras. Nada le faltó de cuanto para serlo es necesario, porque se volvió a
Dios con todos los fervores de su alma y se apartó enteramente de cuanto
pudiera ser ofensa Suya.
Considera ahora, volviendo ya
sobre ti la reflexión, cuán necesario te es imitar en cuanto puedas este
ejemplo para poder salvarte.
La segunda excelencia de Santa
María Magdalena fue haber sido perdonada en su conversión a culpa y pena. Se presenta
su heroica admirable penitencia.
Considera, alma, la grande
excelencia de esta amada Sierva del Señor en haber sido perdonada plenamente en
su conversión de culpa y de pena: lo heroico y singular de su penitencia; y la
necesidad que tienes de hacerla de las tuyas, para que Dios te salve y te
perdone. Siendo una de los primeros que en la ley de gracia han obtenido de
Dios tan señalado favor y tan raro beneficio. Su contrición perfectísima
causada de su intenso y ardiente amor al Señor la dispuso y la proporcionó para
tanta felicidad.
La tercera excelencia de Santa
María Magdalena fue haberle concedido el Señor en su conversión diferentes
gracias, dones y virtudes singulares.
Se trata de su fe heroica y
singular. Considera, la recomendable excelencia de esta amada discípula del
Redentor en las diferentes gracias y dones sobrenaturales con que enriqueció y
hermoseó esta su bendita alma desde su maravillosa conversión: y cuán sublime
fue con que mereció, y se dispuso para recibirlas, como también que esta es una
virtud precisa con necesidad de medio para salvarnos. Destruyó en su alma la
inclinación y propensión de todos los vicios capitales de soberbia, lujuria,
ira, gula, y los demás. Le comunicó el singularísimo privilegio de ser
preservada para siempre de toda tentación o sugestión torpe, impura y
deshonesta: le infundió los hábitos de las virtudes teologales y morales en
grado muy perfecto y levantado. Le dio una castidad angelical y limpísima, en
la que se aventajó mucho a las Vírgenes más puras, una humildad profundísima y
de corazón, una heroica y rigidísima penitencia, con las demás virtudes, con
cuya penitencia había después de santificarse. Y le dio un odio santo al mundo
y sus vanas felicidades, con un perfectísimo desprecio de todas ellas; un
eficaz y verdadero deseo de los bienes del Cielo; y sobre todo un ardentísimo e
intensísimo amor al mismo Señor que la espiritualizó, y como que la unió y
transformó toda en Él.
La cuarta excelencia de Santa
María Magdalena es haber sido defendida y alabada hasta tres veces su conducta
por nuestro Señor Jesucristo. Se formula su profundísima humildad.
la humildad de la Santa Magdalena
desde el principio de la vida espiritual en su conversión hasta el fin de ella
en el desierto, donde murió. Aquel postrarse a los pies de su amabilísimo
Redentor, llegándose no por delante, sí por detrás, como confesándose indigna
de su presencia: aquel practicar los actos más humildes en presencia de los
convidados, no ignorando que había de ser por ellos vilipendiada y criticada,
¿qué indica sino unos sentimientos los más propios de una profunda humildad?
Aplaudida y festejada de los
Ángeles del Cielo, enriquecida y adornada de dones, de gracias y de virtudes
por el Espíritu Santo, y amada, favorecida y regalada extraordinariamente en lo
interior y exterior por nuestro Señor Jesucristo, jamás se apartó un punto la
humildad de su corazón. Antes bien, tanto más se acrecentaba y perfeccionaba en
ella, cuanto crecían y se multiplicaban los beneficios del Señor.
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