Extracto del Libro “Las Maravillas de Dios con las Almas del
purgatorio” (Carlos Rosignoli, 1945)
Misit offerri pro peccatis
mortuorum sacrificium (II MACHAB., XII)
Definió el santo Concilio de
Trento, que entre todos los sufragios que se ofrecen por las almas del
Purgatorio, ninguno les es de mayor provecho que el santo Sacrificio de la
Misa. Animas in Purgatorio detentas, potissimum accep-tabili altaris Sacrificio
juvari (Ses. 25, Decret. de Purgatorio).
San Gregorio en sus Diálogos
refiere varias apariciones de almas para pedir sufragios, y principalmente los
del incruento Sacrificio. Pero referiré un caso admirable que se lee en la vida
del santo Obispo Teobaldo.
Ciertos pescadores que en el
otoño se ocupaban en su oficio, al sentir un peso más que de ordinario en la
red la tiraban a tierra, contentos con la esperanza de haber hecho una buena
presa; pero se hallaron burlados al ver que en lugar de pescado sólo había en
la red una grande masa de hielo. La novedad entretanto (por ser tan ajeno de la
estación), y la idea que les ocurrió de hacer con ella un regalo a su buen
Obispo, les compensó en parte del chasco. Fué muy grato al Prelado el obsequio
que se le hizo, porque padeciendo a la sazón de gota no podía ofrecérsele un
remedio más oportuno para mitigar los vehementes dolores que padecía. Aplicó
inmediatamente al hielo los pies inflamados por el ardor de la gota y experimentó
gran refrigerio. Continuó repitiendo esta operación, experimentando siempre
grande alivio, y sin que por esto el hielo, compacto como un bronce, destilase
una sola gota. En una de estas veces y bien de mañana, oyó salir del hielo una
voz como de quien sumamente afligido pedía misericordia y socorro.
Atónito el paciente Obispo con
tal novedad, preguntó quién fuese y qué quería: “Soy un alma,” respondió, “condenada
a pagar en el centro de este durísimo hielo las penas que merecen mis culpas”;
lo que entendido por el santo Obispo, volvió a preguntar: “¿y con qué género de
sufragios podremos aliviarte?” “Si por espacio de treinta días continuos”, dijo
el alma, “se ofreciere por mí el santo Sacrificio de la Misa, al concluirse la
última concluirán también mis acerbos dolores.”
Accedió Teobaldo a tan justa
demanda y la puso en ejecución tan pronto como se lo permitieron sus fuerzas,
pero no pudo verificarlo en la forma exigida por los estorbos que interpuso el
enemigo de las almas. El primero fue que hallándose ya con la mitad de las
Misas dichas sin interrupción, se vio obligado a suspender la prosecución por
atender a la guerra civil que repentinamente se encendió entre los ciudadanos.
Empezada segunda vez la tarea y cuando ya llevaba dichos dos tercios, se vio
imposibilitado a continuar por una inesperada irrupción de enemigos que se
presentaron ante los muros de la ciudad.
Emprendida, finalmente, la
continuación por tercera vez, y cuando estaba ya preparado para salir al altar,
le dieron la noticia de que estaba próximo a incendiarse el palacio episcopal a
causa del fuego vehemente con que ardía la casa inmediata. El santo Obispo se
detuvo un momento a reflexionar, y dirigiéndose al altar dijo: que arda
enhorabuena el palacio, quiero concluir estas Misas, suceda lo que sucediere. ¡Santa
resolución! Porque ella sola bastó para que desapareciera el fuego, que no
tenía de tal sino la apariencia, pues lo había suscitado el enemigo para
retardar con la conclusión de las Misas la libertad de aquella alma. El globo
de hielo se derritió, y el alma libre se presentó gloriosa a dar afectuosísimas
gracias a su libertador, cuya caridad la había sacado de la potestad del
enemigo para volar al seno de su Criador.
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