¿Cómo podemos conocer si obramos con desconfianza en nosotros mismos y con
confianza en Dios?
Muchas veces las almas que creen ser lo que no son se imaginan que ya
consiguieron la desconfianza en sí mismas y la suficiente confianza en Dios.
Pero es un error y un engaño que no se conoce bien, sino cuando se cae en algún
pecado. Pues entonces el alma se inquieta, se desanima, se aflige y pierde la
esperanza de poder progresar en la virtud.
Todo esto es señal de que no puso su confianza en Dios, sino en sí misma. Si su desesperación y su tristeza son muy grandes, esto es un argumento claro de que confiaba mucho en sí mismo, y poco en Dios. Quien desconfía mucho de sí mismo, de su debilidad e inclinación al mal y pone toda su confianza en Dios, cuando comete alguna falta no se desanima, ni se inquieta demasiado, ni se desespera, porque conoce que sus faltas son un efecto natural de su debilidad y del poco cuidado que ha tenido en aumentar su confianza en Dios. Antes bien, con esta amarga experiencia aprende a desconfiar más de sus propias fuerzas y a confiar con mayor humildad en la bondad de nuestro Señor, aborreciendo con toda su alma las faltas cometidas y las pasiones desordenadas que llevan a cometer esos errores. Su dolor y arrepentimiento son suaves, pacíficos, humildes, llenos de confianza en que la misericordia Divina le tendrá compasión y le perdonará.
Vuelve otra vez a su práctica de piedad y se propone enfrentarse a los enemigos de su salvación con mayor ánimo, fuerza y sacrificio que antes. En esto es importante que piensen y consideren algunas personas espirituales, que cuando caen en alguna falta se aflige y se desaniman con exceso, muchas veces quieren más librarse de la inquietud y pena que su pecado les proporciona que recuperar otra vez la plena amistad con Dios. Si buscan rápidamente al confesor, no es tanto por tener contento a nuestro señor, sino por recuperar la paz y tranquilidad de su espíritu.
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