¿Cómo debe el hombre sentir humildemente de sí mismo?
Todo hombre, naturalmente, desea saber. ¿Qué aprovecha la ciencia sin el
temor de Dios? Mejor es ciertamente el rústico humilde que sirve a Dios, que el
soberbio filósofo que descuidándose de sí, estudia el curso de los astros.
Quien se conoce bien a sí mismo, se humilla y no se engríe con las alabanzas de
los hombres.
¿Qué me aprovecharía delante de Dios que me ha de juzgar según mis obras,
saber todas las cosas que hay en el mundo si no tuviese caridad? Modera esos
deseos, demasiados de saber, porque no hallarás en ellos más que disipación y
desengaños. Los sabios desean de buen grado parecerlo y que otros se lo llamen.
Muchas cosas hay de cuyo conocimiento ningún bien reporta al alma. Y muy
ignorante es quien se ocupa de otros negocios que de los que sirven para su
salud eterna.
La vana palabrería no sacia el alma. Por el contrario, una vida recta
tranquiliza el espíritu y una conciencia pura nutre gran confianza en Dios.
Cuanto más y mejor sepas tanto, más gravemente serás juzgado si no vivieres
santamente. Por eso no te vanaglories de tus habilidades artísticas o
científicas. Dí más bien de haberlas recibido. Si te parece que sabes mucho y
entiendes muy bien, sábete que es mucho más lo que ignoras. No te engrías por
tu ciencia, sino al contrario, confiesa tu ignorancia.
¿Por qué quieres que te prefieran a otros, habiendo muchos más sabios y
peritos en la ley que tú? Si quieres aprender algo y saberlo útilmente, prefieras
ser desconocido y tenido en poco. La lección más sublime y útil es el verdadero
conocimiento y menosprecio propio. Gran sabiduría y perfección es la de aquel
que opina bajamente de sí y piensa bien y altamente de los otros. De modo que aun
viendo a otro faltar públicamente o pecar gravemente, no debes creerte mejor
que él porque ignoras cuánto tiempo podrás perseverar en el bien. Todos somos
frágiles, pero tú a nadie debes tener por más frágil que a ti mismo.
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