En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó:
-"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada.
Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado
a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del
crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar: -"¡Anímate,
Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!". Sin
embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está
la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento.
-"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un
duro!"
Alessandro recibió al
obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de
la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la
gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la
estupefacción de los carceleros.
Después de tener un sueño
donde se le apareció María, vestida de blanco en los jardines del paraíso,
Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino: "Lamento sobre
todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una
pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor,
sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios
públicamente, ya la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío
obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su sincero
arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro
años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano
en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido
en la orden tercera de san Francisco.
Gracias a su buena
disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación
de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó: "Debo
reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda
la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una
verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo
que sufrir por mi causa".
En la Navidad de 1937,
Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había
retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir
perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta
llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-,
¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los habitantes de
Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la
Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.


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