San Fernando de Castilla y León (1199 - 1252)
San Fernando, en el conjunto de
su vida y en las consecuencias de su actuación, es fiel exponente del exacto
cumplimiento de aquellas palabras del Salmista: «Reina por medio de la verdad y
de la justicia, y tu diestra te conducirá a obras maravillosas» (Salmo X L IV,
5)
Porque este santo rey gobernó a
su pueblo con justicia, enalteció el trono con la virtud, y propagó la fe con
la espada.
Ni la adulación, ni la intriga,
ni el engaño; ni el bastardo interés, ni el esplendor del solio, ni los
placeres de la Corte, ni los triunfos de la guerra, fueron óbice a la constante
elevación moral y al incesante progreso espiritual de este monarca.
Tuvo toda su vida el santo rey
don Fernando gran respeto y veneración a su prudentísima y piadosísima madre, y
en esto se pareció mucho a su primo San Luis, rey de Francia. También le
gustaba pedir consejo y ayuda a los obispos; su primer consejero, mejor dicho,
su primer ministro, fué el arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada
Las muchas guerras que tuvo que
hacer a los moros ocasionaban grandísimos gastos; pero Femando no quería
imponer nuevos tributos a sus vasallos. Solía decir a sus ministros, cuando le
aconsejaban que impusiese nuevos tributos, con el buen pretexto de llevar la
guerra a los moros: «Más temo las maldiciones de una viejecita pobre de mi
reino, que a todos los moros de África».
Habiendo echado el santo rey a
los moros de casi toda España, trataba de pasar al África a continuar sus
conquistas y plantar en ella la fe; pero había llegado para él la hora del
sempiterno descanso. Sobrevínole devoradora hidropesía, y antes que lo mandasen
los médicos hizo confesión general para morir y pidió la Sagrada Eucaristía. Al
entrar el Santísimo Sacramento en la sala, se arrojó el santo rey de la cama y,
postrado en tierra, se puso al cuello una soga, pidió perdón de sus culpas y.
habiendo hecho protestación de la fe católica, recibió el Viático con gran dísima
devoción. Llamó luego a la reina doña Juana y a todos sus hijos; despidióse de
ellos dándoles buenos consejos, y a su sucesor Alfonso le hizo un discretísimo
razonamiento, «Sirve a Dios con temor y reverencia, señor te dejo de toda la
tierra de mar acá que ganaron los moros desde el rey don Rodrigo. Toda queda
bajo tu dominio, parte conquistada y parte tributaria. Si ganares más, mejor
rey que yo»
Cuando sintió que se acercaba su
postrer instante, tomó en su mano un santo Cristo y le hizo esta oración:
«Señor, tanto padeciste por mí. y yo, ¿qué he hecho por ti? Dísteme, Señor, el
reino que no tenía, y más honra y poder que yo merecía; ofrezco ahora en tus
manos mi alma y pido perdón de mis culpas a ti, Señor, y a todos los
circunstantes». Mandó luego a la clerecía que cantase el Te Deum laudamus, y al
segundo verso inclinó la
cabeza y dio su espíritu al
Señor, un jueves, 30 de mayo de 1252.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario