
Constancio casó con Elena, hermosísima
doncella, muy avisada y honesta, y tuvo de ella al gran Constantino. Elena su
madre se hizo cristiana, y después se convirtió también su hijo a nuestra santa
religión. Viendo los judíos, que aquel a quien sus padres habían crucificado
era tenido por verdadero Dios y adorado del mismo emperador y de los grandes de
su imperio, se alteraron mucho y pretendieron rebelarse; pero fueron castigados
severamente. Dejadas pues las armas, quisieron con las letras y disputas
oscurecer la gloria de Jesucristo, y persuadir a santa Elena y al emperador su
hijo, que habían de mudar de religión y tomar la de los judíos: y para
sosegarlos, se dio orden que viniesen a Roma los más insignes letrados de los
judíos y que acerca de ella disputasen con san Silvestre, vicario de
Jesucristo; y el santo pontífice, en presencia del emperador y su madre, los
convenció y confundió de tal manera que no supieron que responder, ni más
hablar.
Después que en Nicea se celebró aquel
famoso y universal concilio en el que se condenó la perversa doctrina de Arrio,
tuvo santa Elena revelación del cielo de ir a Jerusalén, y visitar aquellos santos
lugares consagrados con la vida y muerte de Cristo y buscar en ellos el
precioso madero de la santa Cruz. Fue la santa emperatriz, cargada de años, con
grandes ansias de hallar tan precioso tesoro y manifestarle al mundo, y el
Señor cumplió sus deseos, y declaró con evidentes milagros, ser aquella la misma
cruz, en que murió el Autor de la vida.
La santa emperatriz mandó
edificar un suntuoso templo junto al monte Calvario, donde había hallado la
santa Cruz, otro en la cueva de Belén y otro en el monte Olivete; los cuales
dotó y enriqueció de muchos y preciosos dones. Visitó también los monasterios
de vírgenes consagradas a Dios con tan rara modestia, que ella misma, vestida
pobremente, les daba aguamanos y servía de rodillas: y después de haber andado
por otros lugares y provincias de Palestina, y mandado edificar en ellos muchas
iglesias y oratorios, y repartido largas limosnas y dado libertad a los presos
de las cárceles en honra de Jesucristo, volvió, siendo ya de ochenta años, a
Roma, donde estando presente el emperador Constantino, su hijo y sus nietos,
después de haberles dado muy santos consejos y su bendición, entregó su
espíritu al Creador.
Reflexión: ¿Cómo pudieron
imaginar los judíos deicidas que aquella Cruz tan afrentosa en que pusieron a
Cristo, había de ser adorada de las gentes y puesta como el más precioso
ornamento de las coronas de los emperadores del mundo? Es un acontecimiento que
ha durado ya largos siglos. Y ¿cómo podrían creer los modernos enemigos de la
Cruz de Cristo y de su Iglesia que esta misma Cruz ha de triunfar finalmente de
todo el mundo universo? Será también un acontecimiento: porque escrito está que
cuando llegue la plenitud de las naciones, se convertirá Israel, y que el
Crucificado ha de atraer a sí todas las cosas.
Oración: Oh Señor Jesucristo que
revelaste a la bienaventurada Elena el lugar donde estaba oculta tu santa Cruz,
para enriquecer a tu Iglesia con este tesoro preciosísimo; concédenos por su intercesión,
que por el precio inestimable de este árbol de vida, alcancemos el premio de la
vida eterna. Por JCNS. Amén.
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