domingo, agosto 10, 2025

El valor de la oración por la conversión de los pecadores (revelaciones de santa Brígida)



En medio de una visión en la que el dolor del cielo tocaba la tierra, Jesús comenzó a hablarle con un amor profundo, pero también con un sufrimiento que atravesaba su corazón. “Yo morí por ellos, fui azotado, escupido, clavado. Mi sangre fue derramada como el precio más alto para rescatar sus almas. Y aun así se pierden.” 

Santa Brígida sintió en su interior el peso de esas palabras. No eran solo frases. Eran gritos del amor ultrajado. El amor que se ofreció en la Cruz y que hoy es olvidado por millones. Jesús le mostró entonces una escena estremecedora. Multitud de almas precipitándose al abismo, como hojas secas arrastradas por un vendaval. Algunas eran arrastradas con fuerza por sus pecados graves, otras por la tibieza, la indiferencia o la negligencia de no haber hecho el bien cuando podían.

Pero en medio de esa oscuridad, el señor le hizo ver un solo rayo de luz, una oración nacida del amor, dicha con fe, que se elevaba como una llama encendida entre la niebla: “Una sola oración, dicha con todo el corazón”, dijo Jesús, “puede detener al pecador, puede levantar al alma caída, puede cambiar el destino de quien se aleja. Pero pocos oran, pocos reparan, pocos interceden.”

“La intercesión”, explicó el señor a Brígida, “es una de las armas más ignoradas del combate espiritual. Muchos piensan que ya no tiene valor, que no hace diferencia. Pero para Cristo, cada oración ofrecida con amor, cada acto de reparación ofrecido, es como una gota de su sangre cayendo sobre una herida abierta del alma del prójimo.”

Entonces, como si abriera el velo del tiempo, Jesús le permitió ver el efecto real que una oración sincera puede tener. Santa Brígida relata con detalle en sus revelaciones, como en una visión mística, Jesús le mostró el alma de un hombre que estaba a punto de morir en pecado mortal. Este hombre, ajeno a todo lo Divino, había vivido en el pecado y en la indiferencia durante años. Sus ángeles se retiraban con tristeza mientras los demonios se acercaban para tomar posesión de su alma. Pero en ese mismo instante, en un convento lejano, una monja anónima ofrecía una oración humilde por los pecadores moribundos. No conocía a ese hombre, no sabía su historia, pero su oración, inspirada por Dios, se elevó con fuerza al cielo. Y entonces ocurrió lo impensado, Jesús se volvió hacia su padre y dijo: “por esta oración, dale una chispa de luz, un último instante de contrición”. Y así fue. El hombre, en los segundos finales de su vida, sintió un profundo arrepentimiento y con un suspiro postrero alcanzó la misericordia. Su alma fue arrebatada de las garras del infierno por una sola oración. Santa Brígida quedó asombrada y Jesús le dijo: “Si las almas supieran el valor de una sola oración hecha con fe, no dejarían de orar ni un solo día.”

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Memorare / Acordaos

  M emorare, O piissima Virgo María , non esse auditum a sæculo, quemquam ad tua currentem præsidia, tua implorantem auxilia, tua petentem s...