jueves, agosto 14, 2025

Detalles de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, 15 de agosto


La amantísima Virgen y Madre subió de la tierra a los Cielos para unirse a su Hijo en un amor inefable. El amor es virtud unitiva y nadie amó más a Jesús como Ella.

Dogma de Fe

Después de una vida marcada por la Cruz de su Hijo Divino, llegó la hora de la alegría y el triunfo. Por singular privilegio, la Santa Madre de Dios subía a los Cielos en cuerpo y alma. Con la constitución apostólica Munificentissimus Deus, el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950 definió este dogma de fe.

Pio XII, en la fórmula dogmática del documento no define si Nuestra Señora murió o no, o sea, si fue elevada al Cielo después de haber resucitado, o si fue trasladada en cuerpo y alma al Cielo sin pasar por el trance de la muerte.

De una manera u otra, lo que la tradición cristiana y los Padres de la Iglesia garantizan es que el sagrado cuerpo de la Santísima Madre no sufrió la corrupción del sepulcro. El Tabernáculo bendito del Verbo Divino no fue reducido a polvo.

Sor María de Jesús de Ágreda en su libro "Vida de la Virgen María" relata:

Corriendo el curso de los tres últimos años de la vida de nuestra Señora, ordenó el Poder Divino con una oculta y suave fuerza, que todo el resto de la naturaleza comenzara a sentir el llanto y prevenir el luto para la muerte de la que con su vida daba hermosura y perfección a todo lo criado. Los Apóstoles, aunque estaban derramados por el mundo, comenzaron a sentir un nuevo cuidado que les llevaba la atención, con recelos de cuándo les faltaría su Maestra; porque ya que, suponían por inspiración Divina, no se podía dilatar mucho este plazo inevitable. Los otros fieles moradores de Jerusalén y vecinos de Palestina reconocían en sí mismos como un secreto aviso de que su tesoro y alegría no sería para largo tiempo.

Pocos días antes del tránsito de la Divina Madre concurrieron a ella innumerables avecillas, postrando sus cabecitas y picos por el suelo, y rompiendo sus pechos con gemidos, como quien dolorosamente se despedían para siempre.

La mayor maravilla que sucedió en el general sentimiento y mudanza de todas las criaturas fue, que por seis meses antes de la muerte de María, el sol, luna y estrellas dieron menos luz que hasta entonces habían dado a los mortales, y el día del dichoso tránsito se eclipsaron como sucedió en la muerte del Redentor del mundo. Y aunque muchos hombres sabios y advertidos notaron estas novedades y mudanza en los orbes celestiales, todos ignoraban la causa, y sólo pudieron admirarse, pero no los Apóstoles y discípulos que asistieron a su dulcísima y feliz muerte.

Acercábase ya el día determinado por la Divina Voluntad en que la verdadera y viva Arca del Testamento había de ser colocada en el templo de la celestial Jerusalén con mayor gloria y júbilo. Y tres días antes del tránsito felicísimo de la gran Señora se hallaron congregados los Apóstoles y discípulos en Jerusalén y fueron todos con San Pedro al oratorio de la Reina, y halláronla de rodillas sobre una tarimilla que tenía para reclinarse cuando descansaba.

La disposición natural de su sagrado y virginal cuerpo y rostro era la misma que tuvo de treinta y tres años; porque desde aquella edad nunca hizo mudanza del natural estado, ni sintió los efectos de los años, ni de la senectud ó vejez, ni tuvo rugas en el rostro ni en el

cuerpo, ni se le puso más débil, flaco y magro, como sucede á los demás hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron en la juventud y edad perfecta. La inmutabilidad en esto fue privilegio único de María, así porque  correspondiera a la estabilidad de su alma purísima, como porque en ella fue correspondiente y consiguiente a la inmunidad que tuvo de la primera culpa de Adán, cuyos efectos en cuanto a esto no alcanzaron a su cuerpo ni a su alma.

 

 




 

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