El vicio o defecto que puede hacer mucho daño a nuestro entendimiento es la
vana curiosidad. Es llenar nuestra mente de una cantidad de pensamientos y
conocimientos inútiles que no nos hacen bien.
Cuando queramos saber algo, preguntémonos: ¿Esto será de provecho para mi
santificación o para el bien que yo les pueda hacer a los demás? Si no lo es, y
dedicarme a indagarlo y a querer saberlo, puede ser dañosa curiosidad. O hasta
trampa de los enemigos de mi salvación, que quieren llenar mi cerebro de
cucarachas que no dejan conservarse bien allí el maná de la sabiduría
celestial.
Si seguimos esta regla, nos vamos a librar de muchas preocupaciones
inútiles, porque el enemigo del alma, cuando ve que no logra que comentamos
faltas graves, se propone al menos llenarnos de inquietudes para quitarnos la
paz. Y así, si no logra que dejemos de rezar, por lo menos se propone llenarnos
de pensamientos e imaginaciones durante la oración para que la atención no la
pongamos en Dios, en Su Gloria, Su Poder y Su Bondad en las gracias y
bendiciones que deseamos conseguir, sino a la multitud de proyectos fantásticos
y en recuerdos de hechos que hemos llegado a saber. Y así logra que, en vez de
arrepentirnos de nuestras maldades, odiar el pecado y formar propósitos firmes,
de enmendar la propia vida. En vez de llenarnos de actos de amor a Dios y de
deseo de perseverar en su Santa amistad hasta la muerte, nos dediquemos a
distraernos en pensamientos vaporosos que hasta nos pueden llenar de orgullo y
presunción.
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