lunes, agosto 04, 2025

Santa Filomena, tercera parte (Se presenta a la venerable Madre María Luisa de Jesús)

“Mas, estimo Dios y a mi virginidad. Mi reino y mi patria es el cielo.”

Tres personas hasta el año 1833, han merecido de Santa Filomena, haber recibido algunas luces acerca de su vida y martirio. Personas de conocida virtud que no se conocían entre sí, aunque acordes en la sustancia de los hechos cuyas deposiciones se conservan en el archivo de la Iglesia de Mugnano, pueblo poco distante de Nápoles. Siendo uno de ellos, una religiosa de un convento, alma de extraordinaria y probada virtud y devotísima de Santa Filomena. Su fervor le concedió los favores de la Santa, de quien era visitada frecuentemente, y aunque por su mucha humildad y desconfianza que de sí misma tenía, no fuese todo eso, mera ilusión o engaño del enemigo, temor ordinario de las almas buenas, sus directores espirituales aquietaron su espíritu y le mandaron que pidiese a la Santa algunas noticias acerca de su vida, y especialmente de sus martirios. Obedeció la religiosa y le pidió esta gracias repetidas veces, con gran deseo de que se aumentase su devoción y culto.

La Venerable Madre María Luisa de Jesús quien murió en olor de santidad. (Estas revelaciones han recibido el Imprimátur de la Santa Sede dando testimonio de que no hay nada contrario a la fe. La Iglesia no ha hecho ningún otro pronunciamiento y no garantiza la autenticidad de las supuestas revelaciones. La Santa Sede dio la autorización para la propagación de estas el 21 de diciembre de 1883.) oye una voz que salía de una imagen de la Santa, que le dijo:

Yo soy hija de un rey de la Grecia y mi madre era también de sangre real, pero no tenían sucesión. Por lo cual hacían continuos sacrificios y dirigían súplicas a sus falsos dioses. Vivía con nosotros un médico romano llamado Publio, el cual compadeciéndose de la sequedad y aflicción de mis padres y movido del Espíritu Santo, se animó a hablarles de nuestra fe y les prometió el deseado fruto si recibían el santo bautismo. La Gracia iluminó entonces sus entendimientos, sus corazones se hicieron cristianos y poco después mi madre, aunque estéril, concibió y yo nací el día 10 de enero y fui llamada Lumena, por haber sido concebida y nacida en la luz de la fe. Más cuando fui bautizada, me llamaron Filumena o hija de la luz que recibí en mi alma con la gracia de un santo bautismo y por esto cuando en Lugano se escribió mi historia, interpretaron así por celestial inspiración la lápida de mi sepulcro, infundiendo el cielo, este pensamiento en la mente del escritor sin entenderlo él, como lo sabían los que escribieron la inscripción en mi sepulcro en Roma.

Grande era el afecto y ternura con que me amaba en mis parientes, especialmente mi madre, mi padre, el cual ni una hora podía estar sin mí. Y por este motivo me llevó a Roma teniendo 13 años, y también a mi madre con ocasión de la guerra que injustamente le habían declarado el orgulloso Diocleciano. Pidió audiencia al tirano y cuando la tuvo, nos llevó al Palacio. Defendió ardientemente delante de él sus derechos y mostró la injusticia de las guerras y mientras estaba hablando, me miraba el emperador con extraordinaria atención e interés. Al fin interrumpió el discurso de mi padre diciéndole: “No os afanéis más. Todas vuestras angustias se han acabado consolaos y contad con todas las fuerzas del imperio en vuestra defensa, si consiste en una sola condición y es darme a vuestra hija Filomena por esposa.” Aceptaron la propuesta a mis padres nos retiramos y empezaron a persuadirme admitirse admitiese una fortuna tan grande como la de ser emperatriz de Roma. Yo deseché la oferta sin titubear, diciendo que desde la edad de 11 años estaba consagrada a Jesucristo Nuestro Señor, con voto de virginidad perpetua. Mi padre intentaba disuadirme diciéndome que siendo niña e hija menor no había podido disponer de mí y con gran cólera y autoridad me instaba a que aceptase las bodas. Pero mi divino esposo me dio fortaleza para negarme resueltamente. Muy indeciso se halló mi padre con mi absoluta negativa, lo cual el emperador juzgó ser un pretexto de mala fe y excusa engañosa y para asegurarse, dijo: “Trae a mi presencia a la Princesa Filomena y yo veré si puedo reducirla.” Volvió a casa, comenzaron de nuevo a las persuasiones y después de caricias y amenazas, viéndome en repugancia se arrodillo con mi madre llorando y los dos decían: “Hija, ten piedad de tus padres, ten piedad de la patria y del Reino. A lo cual respondí: “Mas, estimo Dios y a mi virginidad. Mi reino y mi patria es el cielo.”

 Tercer día de la novena 04 de agosto

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