
Conversación entre Lucia (que era
la única que la podía, ver y escuchar a la virgen, Jacinta y Francisco sólo
podían ver a Nuestra señora) y Maria.
– Quería pedirle que nos
dijera quién es, y que haga un milagro para que todos crean que usted se nos
aparece.
– Continúen viniendo aquí
todos los meses. En octubre diré quién soy, lo que quiero, y haré un milagro
que todos podrán ver, para creer.
– Santificáos por los
pecadores y decid muchas veces y en especial cuando hagáis algún sacrificio:
"Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en
reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María".
Al decir estas últimas palabras, abrió de nuevo las manos, como en los dos
meses anteriores.
El reflejo pareció penetrar en la tierra y vimos como un gran mar de fuego.
Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fueses brasas
transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el
incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían junto con nubes de
humo, cayendo por todos los lados, semejante al caer de las chispas en los
grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre giros y gemidos de dolor y desesperanza
que horrorizaba y hacía estremecer de pavor (debió ser al enfrentarme con esta
imagen que di ese grito que dicen haberme oído).
Los demonios se distinguían por
formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero
transparentes como carbones negros en la brasa. Asustados y como pidiendo
socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y
tristeza:
– Visteis el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores; para
salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado
Corazón. Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y vendrá la
paz. La guerra va a acabar. Pero, si no dejan de ofender a Dios, comenzará otra
peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la
gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo de sus crímenes, por
medio de la guerra, de hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.
Después de las dos partes que ya
expuse, vimos en el lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más alto, un
Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; al brillar, despedía llamas
que parecían que iban a incendiar al mundo; pero se apagaban con el contacto
del brillo que de la mano derecha expedía Nuestra Señora a su encuentro: el
Ángel apuntando con la mano derecha hacia la tierra, con voz fuerte dijo:
"¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!"
– Cuando rezáis el rosario, decid después de cada misterio: "Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas".
Una visión aterradora
En el libro La
verdadera historia de Fátima del P. John de Marchi (1947), se relata cómo Manuel
Marto, el padre de la pastorcita Jacinta, presenció lo ocurrido. Recordó que
"Lucía jadeó de repente horrorizada, que su rostro estaba blanco como la
muerte y que todos los que estaban allí la oyeron gritar de terror frente a la
Virgen Madre, a quien llamaba por su nombre. Los niños miraban a su Señora
aterrorizados, sin palabras, e incapaces de pedir socorro por la escena que
habían presenciado".
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